¿Qué tanto influye la imagen física en tu marca personal?

¿Qué tanto influye la imagen física en tu marca personal?

Tabúes en el mundo laboral

La imagen física – el peso, la edad, la apariencia personal – juega un rol más significativos en la vida laboral de lo que muchos quisiéramos admitir.. En un mundo ideal, nuestra marca personal debería basarse en nuestras competencias, logros y valores. Sin embargo, diversos estudios revelan que aspectos superficiales como la estética siguen influyendo en contrataciones, promociones e incluso en cómo somos tratados día a día en el trabajo. Hablar de esto sigue siendo un tabú en muchas oficinas, pese a que sus efectos son reales y tangibles. Con un tono profesional pero empático, exploremos qué dice la evidencia sobre estos sesgos, cómo afectan la salud mental de las personas y qué tan genuina es la tan proclamada “inclusión laboral”.

Discriminación por apariencia: las cifras hablan

Numerosas encuestas recientes muestran que la discriminación por apariencia física es un problema generalizado. En México, la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS 2022) reveló que la principal causa de discriminación reportada es la apariencia: 3 de cada 10 personas (30.6%) dijeron haber sufrido trato discriminatorio por su forma de vestir o arreglo personal. Asimismo, un sondeo de OCCMundial de 2023 encontró que la apariencia física fue mencionada como la causa número uno de discriminación laboral (citada por 39% de los participantes). Esto la coloca por encima de factores como el género o la escolaridad, empatada solo con el puesto que ocupa la persona.

No solo la vestimenta o el arreglo personal influyen: la edad también se convierte en motivo de sesgo. En la encuesta de OCCMundial, 24% reportó discriminación por ser joven y 18% por ser adulto mayor, reflejando la persistencia del edadismo en entornos laborales. De igual forma, el peso corporal puede ser determinante en las oportunidades profesionales. Un estudio internacional publicado en International Journal of Obesity halló que las mujeres con obesidad “tienen todas las de perder” frente a candidatas sin sobrepeso al competir por un empleo, recibiendo menos ofertas y salarios más bajos en promedio. En experimentos de selección, se observó fuerte discriminación por obesidad en criterios como el sueldo inicial propuesto, potencial de liderazgo y probabilidad de contratación. Es decir, a igualdad de competencias, la balanza suele inclinarse injustamente a favor de quien encaja en los estereotipos de cuerpo “ideal”.

Las tendencias no se limitan a un país. Una encuesta regional titulada “Cómo te ven, ¿te tratan?” realizada en siete países de Latinoamérica (incluido México) reveló que un asombroso 78% de las personas ha sentido acoso o discriminación en el trabajo debido a su apariencia física. Este estudio de la consultora Nodos destaca que los principales motivos percibidos de discriminación por apariencia fueron la vestimenta (38%) y el peso corporal (24%). De hecho, el término aspectismo se ha empezado a usar para describir la discriminación por apariencia física. “La discriminación por apariencia física, es un fenómeno extendido… se basa en prejuicios y estereotipos sobre cómo se deben ver las personas y se manifiesta en acciones y juicios de valor,” explicó Arturo Mercado, director de Nodos. Dichos prejuicios afectan en especial a grupos vulnerables. En la misma encuesta, 1 de cada 4 mujeres percibió discriminación por su cuerpo (frente a 1 de cada 10 varones), y las personas con discapacidad o de la comunidad LGBTIQ+ reportaron niveles aún mayores de hostigamiento por su apariencia.

El costo oculto: impacto en marca personal y salud mental

Ser juzgado constantemente por la imagen pasa factura. La marca personal de un profesional –es decir, la reputación e impresión que proyecta– puede verse empañada por sesgos físicos fuera de su control. Por ejemplo, una persona con sobrepeso podría luchar contra el estereotipo injusto de “falta de disciplina”, o un empleado mayor podría ser percibido erróneamente como “resistente al cambio”. Estos prejuicios minan la confianza y obligan a muchos a esforzarse el doble para demostrar su valía real. La autora Lala Pasquinelli ha señalado que la discriminación por apariencia “cristaliza todas las formas de discriminación y sesgos: racial, de género y de clase” En otras palabras, los estigmas sobre el físico suelen entrelazarse con otros prejuicios, multiplicando la carga sobre quienes los sufren.

Las consecuencias emocionales son profundas. Sufrir desaires, comentarios hirientes o ver bloqueadas las oportunidades por la imagen puede generar estrés, ansiedad y depresión. Casi la mitad de los participantes en la encuesta latinoamericana de Nodos reportaron experimentar estrés y ansiedad tras vivir acoso o discriminación por su apariencia. Esta tensión no solo afecta la autoestima, sino también el desempeño: 21% confesó que su productividad cayó, y otro 21% terminó renunciando a su trabajo debido a estas situaciones. Los datos de México refuerzan esta realidad. En la encuesta de OCCMundial, más de la mitad de los trabajadores afirmó que la discriminación laboral tiene un efecto directo en su bienestar emocional. De hecho, un 49% señaló que las experiencias discriminatorias en el empleo afectan su salud física y mental. No es de extrañar que ambientes donde se juzga a las personas por su apariencia acaben erosionando la motivación y el compromiso. “Estas situaciones implican impacto para las personas en la salud mental y física,” subraya la especialista Gisela Dohm, quien agrega que en las organizaciones también conllevan pérdida de talento y de perspectivas diversas e innovadoras. En síntesis, el costo oculto de estos tabúes se refleja en personas con autoestima dañada y en empresas que desperdician capital humano.

Inclusión laboral: del discurso a la realidad

Muchas empresas presumen políticas de diversidad e inclusión en sus valores corporativos. En teoría, nadie debería ser excluido por su edad, apariencia física o condición corporal. Pero, ¿qué tan cierta es esa narrativa en la práctica diaria? Lamentablemente, persiste una brecha entre el discurso y la realidad. La encuesta de OCCMundial encontró que, si bien algunas compañías cuentan con programas contra la discriminación, en la mayoría de los casos no existen o no funcionan. Un 38% de trabajadores dijo que en su centro laboral no hay políticas de inclusión (pero que deberían crearse) y 31% afirmó que sí las hay, pero son ineficientes, solo 15% percibe que dichas políticas realmente funcionan. Es decir, en un 85% de los casos los esfuerzos de inclusión son insuficientes o meramente cosméticos.

La realidad cotidiana indica que los sesgos inconscientes siguen operando en reclutadores, jefes y colegas. Arturo Mercado destaca que este tipo de discriminación está tan normalizada que “poco se habla de ello” – muchas veces pasa desapercibida precisamente por estar arraigada en la cultura organizacional. Un ejemplo claro son las ofertas de empleo que, todavía hoy, incluyen requisitos velados de edad o apariencia bajo eufemismos como “buena presentación”. Mauricio Reynoso, director de la Asociación Mexicana en Dirección de Recursos Humanos, critica estas prácticas: pedir candidatos “de 18 a 26 años, con buena presentación” le parece absurdo y totalmente fuera de lugar en una empresa que se diga inclusiva “Olvídate de incluir ese tipo de datos… ese tipo de cosas ya están muy superadas,” aseguró Reynoso refiriéndose a eliminar sesgos en la contratación. Sus palabras evidencian que, si bien hablamos mucho de inclusión, aún cargamos con viejos vicios en la gestión de talento.

La llamada “diversidad” muchas veces se queda en slogan. Incluso en países con marcos legales avanzados, ciertas características físicas no están protegidas por la ley anti-discriminación (por ejemplo, en EE.UU. la apariencia como tal –altura, peso, atractivo, tatuajes– no es categoría federal protegida). Esto significa que numerosas personas quedan en una zona gris donde el prejuicio campa libremente. Vale la pena mencionar el fenómeno inverso: el “pretty privilege” o privilegio de la belleza. Estudios han mostrado que las personas percibidas como atractivas tienden a recibir mejor trato e incluso a ganar hasta 10-15% más salario que colegas con calificaciones similares. Esta preferencia por la “buena imagen” es la otra cara de la moneda de la exclusión: si ser convencionalmente bonito abre puertas, quienes no encajan en ese molde enfrentan barreras extras. La inclusión laboral, en muchos sentidos, sigue siendo una asignatura pendiente más allá de la retórica.

En conclusión, la imagen física sigue influyendo de forma silenciosa y poderosa en cómo se construye la marca personal dentro del mundo laboral. Edad, peso y apariencia no deberían ser criterios de valor, pero siguen marcando oportunidades y autoestima. Esto afecta no solo el desarrollo profesional, sino también la salud mental de quienes lo viven.

Por eso, necesitamos espacios para reconectar con nuestro cuerpo desde el respeto, no desde la vergüenza.

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Una inversión pequeña para un cambio profundo

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