Comer con el corazón

Comer con el corazón

¿Y si comer fuera un acto de amor propio?

Durante años, muchos hemos crecido creyendo que comer es una batalla: con el cuerpo, con la balanza, con la culpa. Comer se convirtió en un ritual de castigo o recompensa, no de escucha. Yo misma lo viví. Cargué con 20 kilos de emociones silenciadas. Y cuando entendí que no era solo un tema de comida, sino de cómo me hablaba a mí misma, todo empezó a cambiar.

¿Cómo te hablas cuando comes?

Tal vez no sea lo que comes… sino cómo te hablas cuando lo haces. Hay quien se sirve un postre y se repite: “No debería… qué horror, ya la volví a regar.” Y hay quien come una ensalada y dice: “A ver si así me veo menos hinchada.” En ninguno de esos casos, el cuerpo se siente amado. Porque más allá de los nutrientes, nos tragamos frases duras, miradas propias que lastiman y pensamientos que pesan más que cualquier comida. Estudios como el de Kristeller y Wolever (2011) muestran que el juicio constante al comer está directamente relacionado con culpa y ansiedad, mientras que la autocompasión mejora notablemente la relación con la comida.

¿Por qué comemos con culpa?

Porque durante años nos enseñaron que la comida tenía que ganarse. Que había alimentos “malos”, momentos “prohibidos” y cuerpos que había que castigar. Aprendimos a asociar lo que comemos con nuestro valor personal… y eso, poco a poco, nos robó la paz. Según un estudio publicado por la Universidad de Surrey, muchas personas no solo comen con culpa, sino que la culpa en sí puede aumentar el estrés y generar un ciclo emocional que nos lleva a comer aún más desde la ansiedad (O’Connor et al., 2015). Es decir, nos culpamos por comer… y comemos por la culpa. Un círculo del que sí se puede salir.

¿Cómo afecta el estrés a lo que comemos?

Cuando estamos estresadas, nuestro cuerpo libera cortisol, una hormona que nos hace desear alimentos ricos en grasa o azúcar como forma de consuelo inmediato. Según la American Psychological Association (2021), el estrés crónico puede llevar a patrones de alimentación impulsiva, atracones y desregulación metabólica. Comer bajo estrés no es un fallo personal: es una respuesta biológica, que sí se puede transformar desde la conciencia y el cuidado.

¿Y la ansiedad?

La ansiedad puede manifestarse en nuestra relación con la comida de dos maneras opuestas: comemos en exceso para calmar la angustia o perdemos el apetito por completo. Ambos extremos están ligados a una desconexión emocional con nuestro cuerpo. Según Harvard Health Publishing (2020), los trastornos de ansiedad están asociados con disfunciones en la alimentación, por lo que abordarlos requiere estrategias tanto emocionales como físicas.

Alimentos que ayudan a tu salud mental

Una alimentación rica en nutrientes como omega 3, magnesio, zinc y triptófano puede favorecer la producción de serotonina y dopamina, neurotransmisores clave para el bienestar emocional. Alimentos como nueces, semillas, pescados grasos, plátano, avena, espinacas y chocolate amargo pueden tener un impacto positivo en tu estado de ánimo. Y no olvides lo más básico: el agua.

La importancia de la hidratación

Tomar suficiente agua es fundamental para la salud mental. La deshidratación leve puede afectar tu concentración, generar irritabilidad y aumentar la sensación de fatiga, según el Journal of Nutrition (2012). Hidratarte es una forma simple y poderosa de cuidar tu mente.

Cuando tu imagen corporal te engaña

A veces no es tu cuerpo el que está mal, es la forma en que lo miras. Nos vemos con ojos cansados de exigencia, con lentes ajenos, con frases que escuchamos desde niños como: “tienes que verte delgada para valer.” Pero tu cuerpo no es tu enemigo. No es algo que hay que corregir, reducir o esconder. Es tu hogar. Y muchas veces, la imagen que tienes de él no refleja cómo realmente te ven los demás… sino cómo te juzgas tú. Aprender a mirarte con amor es una práctica diaria, no un objetivo estético. Porque la forma en que percibes tu cuerpo puede distorsionar tu relación con la comida, con el espejo y contigo mismo.

¿Cómo salir de ese círculo?

Salir de ese círculo no se trata de fuerza de voluntad ni de control, se trata de escucha y reparación de aprender a comer desde el presente, no desde el pasado lleno de juicios.

De cuestionar las creencias que nos dijeron que un bocado “engorda” y comenzar a construir otras que nos digan: “Mi valor no está en un plato, está en cómo me trato.”

Es un proceso que comienza con algo muy sencillo (y a la vez profundo): pausar y preguntarte cómo te sientes antes de comer. No para corregirte, sino para conocerte. Comer con el corazón es eso…volver a hacer de cada comida un acto de cuidado, no de castigo.

5 consejos para mejorar tu relación con la comida

  1. Come con presencia: evita distracciones y presta atención a tus sensaciones.
  2. Escucha tu cuerpo: distingue entre hambre física y hambre emocional.
  3. Evita etiquetar los alimentos como “buenos” o “malos”.
  4. Háblate con amabilidad: lo que te dices importa más que lo que te sirves.
  5. Date permiso de disfrutar lo que comes, sin culpa.

Comer con el corazón no es una dieta. es una decisión amorosa de nutrir tu cuerpo desde la ternura, de dejar atrás el juicio, y de reencontrarte contigo sin culpas.

 

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