01 Abr Que el miedo no te paralice
Seguramente, has estado en una situación imprevista o desconocida y has experimentado la reacción de tus sentidos. A veces es sólo nuestra piel que se eriza, pero, en otras ocasiones, sentimos una opresión en el pecho, que el estómago se nos hace chiquito, que la cabeza te da un vuelco, y hasta puedes sentir tu corazón acelerado y que tu respiración se agita. Estas reacciones físicas no son otra cosa más que el miedo.
El miedo, como todas las emociones, comienza en el cerebro, en la región denominada amígdala, ubicada en el sistema límbico, el cual se encarga de regular las emociones y el llamado instinto de conservación. Cuando la amígdala detecta un fuerte peligro o una situación desconocida, se desencadenan los sentimientos de miedo, pero también la ansiedad.
Es decir, todo eso que percibimos en nuestro cuerpo como reacciones físicas no es otra cosa que nuestro instinto más primitivo listo para salir corriendo de ese momento o situación de peligro.
El miedo depende del entorno cultural, social o familiar, de ahí que nuestros temores para otros sean inexplicables y viceversa.
Recuerda cuántas veces el miedo te ha salvado de cometer un error o del peligro; de hecho, no debería ser considerado como patológico por sí mismo, dado que gracias a él has logrado avances en tu vida.
¿Qué pasa cuando el miedo domina tus acciones?
En ocasiones, el miedo se experimenta al imaginar el peor desenlace de las situaciones que vivimos. En nuestra mente experimentamos escenas realmente aterradoras sin darnos cuenta de que, básicamente, aún no suceden.
¿Te has sorprendido a ti mismo adelantándote a algún acontecimiento que todavía no ocurre? Puede ser algo muy sencillo como “voy a llegar tarde”, “mi jefe va a estar molesto por lo que hice ayer”, “si como esto, me voy a sentir mal todo el fin de semana”, “este outfit es el equivocado y voy a ser la burla”. Estos pensamientos ya por si solos generan una experiencia de sufrimiento, porque el solo hecho de evocarlos te producen dolor.
Por si fuera poco, es justo este tipo de pensamientos catastróficos los que detonan temores que bloquean o impiden tomar decisiones. Cuando estas ideas tan negativas se instalan de forma perenne en tu propio esquema de vida, cualquier posibilidad de actuar queda diluida, ubicándote en esta situación indeseable del miedo que paraliza, según indica Raquel Lemos Rodríguez en su artículo “Cuando el miedo me paraliza”, publicado por Mejor con Salud.
Incluso, puede suceder que el miedo sea tan real e intenso que percibas la amenaza a tu bienestar personal y las manifestaciones físicas se detonen en tal magnitud que tu capacidad de reacción quede nulificada y entonces el miedo te paralice alejándote de cualquier posibilidad de solución; y es ahí cuando dejas de asistir a los eventos sociales, llegas lista para el conflicto en la oficina o en casa, prefieres no tomar la decisión en el trabajo aunque eso conlleve que nadie sepa de tu valía, te conflictúas ante cualquier cambio, equipo o decisión nueva.
Pero… ¿qué es lo que de verdad genera estos miedos?, ¿qué es lo que al final nos paraliza?
Esta es una cuestión compleja, según afirma Lemos Rodríguez, ya que existen hasta casos extremos (como las fobias) en los que los temores llegan a ser irracionales. Pese a ello, la historia de aprendizajes de cada persona aporta algunas pistas; es decir, “aprendemos” a tener miedo. Asociamos de forma constante unas experiencias con otras, lo que, poco a poco, va generando una serie de estímulos que nos parece menos dañina o amenazante sobre aquellas experiencias nuevas que no pudimos resolver en su momento; por lo tanto, se vuelven ciertamente invencibles y evitables a toda costa.
Por tal motivo, en la medida en que nos detengamos a analizar cuáles son las sensaciones que nos provocan ciertos pensamientos o situaciones que preferimos evitar, tendremos un conocimiento más preciso sobre aquello a lo que tememos, afirma Lemos Rodríguez.
Sin duda no es una tarea fácil identificar estas sensaciones o hechos que preferimos evitar, pues, precisamente, nos dan miedo. Pero sí podemos empezar identificando estas cosas comunes como “me da pavor hablar en público”, “prefiero pasar desapercibido”, “me da miedo enfermarme”, entre otras.
Identifica esa idea que por años has hecho parte de tu personalidad y evita que tu imaginación avance más que la realidad. Concéntrate en los hechos, en lo real, e identifica todas las metas que has cumplido, para después volverte a enfrentar con esa idea preconcebida de tus temores. Al final, verás que no es tan grande, tan imposible o temible.
Recuerda que el miedo es natural y que nos protege del peligro, pero también nos hace crecer. La idea es encontrar el balance entre la protección y la exposición, esto es, por una parte, será normal tratar de huir para no sufrir; pero, por otro lado, en la medida que te expongas a aquello que te provoca temor es probable que se disipen las dudas que te causan esa angustia y te permitas reaccionar y evitar que ese miedo te siga paralizando.
“Dejamos de temer aquello que empezamos a conocer”, Marie Curie.
Alma
Publicado 20:06h, 22 mayoMe quedo con que el conocimiento vence vence el temor